Ciencia y religión: ¿opuestas o complementarias?

Imagen destacada: Imagen de Pascal Deloche publicada en www.abc.net.au

Alejandra Nava Hernández
En el mundo moderno la ciencia es considerada la forma máxima en que se representa la racionalidad. Hoy día, cuando otras formas de conocimiento han sido rebajadas a creencias o dogmas, y en este momento histórico —con la pandemia acuestas— la ciencia, gracias a las posibilidades que ha abierto la tecnología, se ha afirmado como un conocimiento hegemónico.
 
Pero entonces, ¿por qué la ciencia no ha sustituido a la religión? Esto tal vez se deba a que la ciencia no puede, por su propio carácter, abarcar todos los aspectos que interesan al ser humano. La ciencia y la religión comparten un aspecto vinculado a la religiosidad humana: tanto una como la otra pueden relacionarse con ideas de salvación. De modo que, en la época actual, la ciencia y la religión no aparecen como contradictorias, sino que incluso pueden ser complementarias.
 
 
Salvación terrenal mediante la ciencia y la técnica
 
Milenarismo y mesianismo, son dos conceptos que suelen relacionarse con cuestiones teológicas y religiosas. En primera instancia parece difícil vincularlos con las máximas formas de racionalidad moderna como son la ciencia y la técnica.
 
El primero de estos conceptos, refiere a la creencia de que Jesús establecerá un reino terrenal de mil años antes del juicio final, mientras que el segundo corresponde a la confianza en que alguien llegará a terminar con todo lo negativo del mundo; para el caso cristiano, quien vendría sería Jesucristo. El pensamiento fundamental que subyace a estos conceptos es la esperanza en un destino mejor para la especie humana, la conciencia de un camino hacia el bienestar y hacia la satisfacción de toda necesidad. En síntesis, corresponde a la fe en una promesa de mejora, de superación de aquello que pueda causar malestar o sufrimiento en los humanos.
 
Pero, ¿acaso no coinciden milenarismo y mesianismo con las motivaciones de la ciencia y la tecnología?
   Imagen del cuadro La Madonna de Port Lligat (1950) de Salvador Dalí
 
Usualmente, se define a la tecnología como el control sobre la naturaleza para satisfacer las necesidades humanas. Pero la tecnología puede responder a otros impulsos más allá de la supervivencia o el bienestar inmediato, por ejemplo, puede relacionarse con la pretensión de superar la muerte, la enfermedad y la pobreza. En este sentido, la generación y la aplicación de la tecnología puede tener motivaciones que trascienden el concepto que habitualmente se le atribuye, y abarcar dimensiones que parecían destinadas a la religión u otras formas de conocimiento. Pues la ciencia y la técnica tienen como motivación, en el fondo, la búsqueda de un destino humano que supere al presente, una perspectiva teleológica de salvación terrenal.
 
Por otro lado, este vínculo de la racionalidad científico-técnica con la idea de mesianismo y milenarismo, no es algo aislado; para sociólogos como Daniel Gutiérrez Martínez (2010) esta vinculación se deriva de lo que denomina un espíritu del tiempo de la modernidad, que a su vez se encuentra en relación con la idea de gnosticismo.
 
Recordemos que las religiones gnósticas están enfocadas en ver el conocimiento como un medio para llegar a la salvación, cosa que se adopta en la modernidad aunque con un enfoque en lo mundano y que pone al hombre mismo como divinidad, creyendo de este modo en su acción creadora y salvadora. Así, la modernidad, a través de su fe en la razón, percibe a la redención mediante el conocimiento.
 
Asimismo, la modernidad gira en torno a la idea de desarrollo, que se fundamenta en la mejora del estado de las vidas humanas y en una proyección progresista, derivando en una forma de soteriología, es decir, una pretensión de salvación. Lo que está en el fondo es el deseo de alcanzar la felicidad y el bienestar, y es mediante la relación entre tecnología y desarrollo que se busca alcanzarla.
 
La ciencia no es suficiente

Es claro que lo terrenal no abarca todo lo que le interesa al humano. Las religiones han persistido hasta nuestros tiempos aun cuando la cosmovisión científico-técnica adopte perspectivas de salvación, precisamente porque no se reducen solo a lo terrenal.
 
Con respecto a esto, Joseph Ratzinger, filósofo y teólogo, además de ex-Papa Benedicto XVI, sostiene que las filosofías positivistas se fundan en una autolimitación dada por la razón. Para intentar superar las contradicciones entre esta forma de conocer que se plantea hegemónica (la ciencia) y las demás, él propone una nueva forma de ilustración, una que no esté fundada únicamente en una razón técnica, sino en una razón universal donde puedan tener cabida diversas formas de conocimiento.
 
En relación con esta necesidad, Peter Berger también discute al respecto, diciendo que, en las sociedades modernas, las cosmovisiones seculares solamente son adecuadas mientras el curso de la vida sea satisfactorio; resultan ser técnicas paliativas para dotar de sentido existencial, sin embargo, tienen sus límites en las situaciones de sufrimiento humano. De acuerdo con Martin (2010) para Berger

(…) puede que las cosmovisiones seculares resulten razonablemente adecuadas para los individuos en la medida en que el curso de sus vidas discurra satisfactoriamente. Sin embargo, esta cosmovisión secular resulta terriblemente inadecuada cuando las condiciones de vida están sujetas a los terrores de las “situaciones marginales” (p. 210).

 
Complementariedad de ciencia y religión
 
Con todo lo dicho anteriormente, podemos inferir que, derivado de la autolimitación de la razón moderna, se han podido generar dos formas casi opuestas de salvación: por un lado, esta una salvación terrenal y por el otro, la salvación de carácter espiritual.
 
Para Peter Berger, distanciar a Dios mediante la creencia de que se encuentra lejos de la tierra y de lo humano, hizo que dejara de sentirse su presencia. Dios dejó de verse como un auxilio tan directo en la medida en que el propio humano pudo buscar las formas de proporcionarse a sí mismo su satisfacción. Esto, mediante la ciencia y la tecnología, de modo que todo lo que ellas pudieron resolver ya no necesitó de la fe y la devoción. Es decir, que el humano de algún modo se deificó al momento de tener las capacidades de control de su entorno, y parecía que podría controlar todo y que las creencias y la fe no serían necesarias —es así como se alimentan las concepciones mesiánicas y milenaristas de la ciencia-técnica—. 
 
No obstante, queda otro aspecto de la realidad del que la ciencia no se ocupó. Para Walter Benjamin, la religión es la atención al conjunto de la experiencia. Con esto se refiere a que todo aquello que la ciencia redujo a conocimiento inservible por no ser experimentable, fue cobijado por la religión; la religión que no tiene la autolimitación de la razón, sino que admite otras formas de conocimiento. 
 
Aquí cobra relevancia de nuevo la perspectiva de Berger, para quien las teodiceas seculares fracasan al interpretar el sufrimiento humano, de forma que no pueden ofrecer un consuelo suficiente. El motivo de su incapacidad es, como se dijo, su autolimitación. La razón técnica no admite nada que no sea experimentable, y es de aquello no experimentable de lo que la religión se ocupa. 
 
Si la cosmovisión científico-técnica ha de mantener su postura irreconciliable con respecto a otras formas de conocimiento que no adopten su método, entonces seguirán siendo necesarias estas dos concepciones de salvación; esto explica que para muchas personas la religión y la ciencia no sean contradictorias sino complementarias, pues ambas son formas de dar sentido a su realidad.
Imagen de acceso libre en la web (Google).

Referencias

Gutiérrez, D. (2010), Sistemas de creencias y modernidad: la religiosidad implícita en la era del desarrollo del mundo occidental, en Religiosidades y creencias contemporáneas. Diversidades de lo simbólico en el mundo actual, pp. 173-212, Estado de México, El Colegio Mexiquense, S.A.

Martín, F. (2010) Antropología teológica y teología inductiva en Peter L. Berger. La teologización de la conciencia moderna. Veritas, N°22 (Marzo 2010), pp. 205-225.

1 Comment
  • Angie
    Posted at 01:46h, 21 octubre Responder

    Mucho éxito, Ale. Me encantó leer este ensayo.

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