Francamente ¿qué hay de diferente? Seguimos sumando lunas visibles, y casi siempre invisibles desde nuestra morada. Pálida o deslumbrante; húmeda, entre diminutos cristales de agua, o seca, la luz entra obstinadamente, una y otra vez por la ventana, sin que nadie la llame. Y así seguirá infatigable, extenuante.
Qué ingenuos los que andan con el apocalipsis en la punta de la lengua. A quién quieren engañar, acá llevamos años encerrados, voluntariamente. Sin recomendación ni decreto alguno. Nos hemos guardado todos, en especial todas, por decisión propia. El toque de queda es implícito, pero riguroso: en las calles de este pueblo la muerte sale a pasear sin falta en cuanto el sol se oculta, todos lo sabemos.
Y ahora, la flaca amplio su jornada laboral, eso es todo. Nos dicen “salgan, trabajen ya, que se nos cae el negocio”, pero acá no es como en la ciudad. Quién quiere salir a buscar la mala suerte: una sonrisa virulenta, una bala o un fulano que te vio como presa fácil en este flamante paraíso de la impunidad. Al final nadie quiere terminar siendo un pedazo de carne, objeto inerte de nadie.
A este rancho le llaman «de la eterna primavera». Hay algo de cierto, acá todo el año hay flores negras. Por favor, quién quiere salir ya de casa. Por acá llevamos años encerrados.
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