PROYECTO CARDINAL

Y el sonido encarnado de Juliana Moreno

Imagen destacada: Fotografía de Ariel Feldman @arielfeldmanph 

 
Pablo Sandoval Coronado 
TW: @_la_enredadera
Por esos días de marzo del veinte-veinte, cuando el mundo en América Latina comenzaba a replegarse, y cuando las restricciones para la vida social se presentían como la amenaza que lo frenaría todo, Juliana Moreno en Buenos Aires, su ciudad natal, venía pensando sobre un nuevo proyecto: Cardinal.
―Me acuerdo hablando con ella por teléfono ―con Carolina Carrizo― y a los pocos días fue cuarentena. Aislamiento total. Entonces dije: bueno, va a ser esto.
Cardinal ―el término―, presta su nombre a diferentes cosas tales como una forma de representación espacial, la de las cuatro direcciones o puntos cardinales; el septentrión o viento cardinal, ése que proviene del norte; el valor numérico o la cantidad de los elementos que en matemática componen un conjunto o número cardinal; la cualidad real y habitual o el estado cardinal de los signos astrológicos, algo que también se puede asociar con las iniciaciones, con lo que comienza y con lo fundamental.
Cardinal ahora también nombra un proyecto de creación musical en torno a las flautas y el sonido de Juliana Moreno, y todas esas remisiones: la de la orientación espacial, la de la corriente aérea, la aritmética y la astral, se encuentran y dan sentido metafórico a otro «ecosistema musical» ideado por Juliana.[1]
Quizá la imagen de un ecosistema ―como esa compleja red de interacciones, entre funciones y procesos vitales de seres vivos dentro de un ambiente singular―, pueda poner en relieve un rasgo central en el musicar de Juliana: entrar en relación, ser en común junto con los otros a la hora de hacer música.
―Siempre necesito asociarme. Hacer música sola no me gusta, por ejemplo, improvisar conmigo misma lo puedo hacer, pero en seguida, no sé, me aburro. Necesito del otro, de la otra para armar algo. Lo que me propulsa es una energía colectiva. Y esto fue muy tremendo, encontrarme en el aislamiento, sin perspectiva y sin poder subir al escenario. Yo amo el escenario, me encanta tocar en vivo y necesito esa energía, esa adrenalina, y me di cuenta que eso no iba a suceder en un largo tiempo. Entonces me dije: bueno me voy a inventar seguir tocando, de alguna manera, y era como empezar de cero, despojarse de todo el recorrido para volver a nacer. Tenía todo, la libertad absoluta y podía elegir hacerlo como quisiera. Entonces elegí gente con la que no había trabajado y que pertenece a una generación alejada a la mía, con otras experiencias. Quise entablar nuevas sociedades desde un lugar de no prejuzgar nada, y no tenía muy escuchadas sus músicas.
Entonces, por esos días de marzo del veinte-veinte cuando todo se cerraba, Cardinal ―el proyecto―, comienza a precisarse; surgía entonces como “una reacción creativa al confinamiento y ante la ausencia de proyectos colectivos”. Surgía entonces, como “un espacio de trabajo en colaboración de música para flautas y multimedia” cuya prioridad sería, es, “la producción, promoción, circulación y visibilidad del quehacer creativo de compositorxs emergentes de Argentina y América Latina” (Cfr. Nota sobre Cardinal). Cardinal ―el proyecto―, surgía entonces en relación a todos los sentidos a los que remite el término y por eso se eligió cardinal, además porque a Juliana le gusta como suena.
Luego de esa llamada al teléfono entre Juliana y Carolina Carrizo (La Plata, 1986) fueron apareciendo otros nombres, otras voces que se unirán al proyecto: Florencia Sgandurra (Buenos Aires, 1980), Luz Pérez (Salta, 1990), Virginia Mantinian (Rosario, 1979) y Horace Bravo (Jujuy, 1991). Voces creativas que tendrán vida en las escrituras que imaginaron y que se fueron modelando en diálogo con Juliana y sus flautas.
 
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Gráfica de Tobías Beltrán @tobias.beltran

 

El álbum se puede escuchar en los siguientes enlaces:

 Cardinal en Bandcamp

 Cardinal en Spotify 

Aquí el concierto virtual de estreno de Cardinal: 

Cardinal en concierto

 
Después, poco más de un año transcurrido desde el inicio de la pandemia por Covid-19, Cardinal ha arrojado al mundo su primera producción discográfica en formato digital. Cardinal, el álbum, realizado con recursos propios, se alberga en plataformas virtuales y es un registro sonoro muy cuidado del largo trayecto que implicó cinco procesos colaborativos de escritura musical a la distancia.
 
―Yo tenía ganas de trabajar con un universo no masculino porque a mí, algo que me sucedió con todo lo que fue el movimiento 8M y también con todas las discusiones que se dieron en torno al debate de la ley de cupo femenino en la música, acá en Buenos Aires, fue que me interpelaron desde un lugar de artista, mujer, argentina y me llevaron a hacer una lectura con perspectiva de género de mi propio currículum. Si tomo un parámetro, solamente uno: ¿cuántas obras estrené? Tal cantidad, y el 82% de esas obras son obras compuestas por varones. Mi aporte, mi pequeño aporte a que esto de alguna manera se equipare será poder tener hacia el final de mi carrera un balance y poder decir: bueno, esto es una contribución a luchar por la igualdad de oportunidades, de visibilidad, etcétera. Aunque esto no implica que Cardinal no trabaje con varones. No es excluyente, pero en esta primera propuesta sí tuve ganas de hacerlo exclusivamente inclusivo. Tampoco tenía ganas de trabajar con gente de Buenos Aires específicamente, como lo hice antes, porque cuando hablamos de las estadísticas también dentro de ese 82% casi todas las personas eran de Buenos Aires. Ahora tuve ganas de trabajar con gente que estuviese en las provincias y desenfocar un poco el foco siempre puesto sobre la capital. Entonces, el proceso de elección fue intuitivo, no busqué, fue como recordar nombres, a su vez, Horace Bravo, que es quien compuso Ella, me recomendó trabajar con Luz Pérez, y esto generó una primera entropía.
 
A Cardinal ―el álbum―, lo integran: O tempo todo (Carrizo, 2021), para flauta de registro contrabajo y procesos audiovisuales en tiempo real; Ella (Bravo, 2021), para flauta bajo, que muta a flauta contrabajo, e intervenciones de poesía recitada; Demora (Sgandurra, 2021), para flauta contrabajo y delay; Camino – pies (Pérez, 2021), para flauta soprano; y Hiro (Mantinian, 2021), para flauta contrabajo, pedales de efecto y electroacústica.   
 Después de escuchar la música del álbum desde la perspectiva del conjunto que reúne todas las piezas pienso en el tratamiento de la repetición del sonido. A mi modo de ver el valor de la repetición es predominante y le suministra sentido de unidad a Cardinal.
 
En algunos momentos la repetición sucede en la alternancia de configuraciones sonoras, y en otros aparece en la reiteración como insistencia o perseverancia. Lo que se repite también se presenta a modo de los ciclos, o esos retornos que conlleva lo ritual. Lo que regresa igualmente se dibuja como la acumulación expansiva que suponen los trayectos, y así mismo como periodicidad enigmática que, a manera de latencia, genera un espacio sonoro en el que los objetos de la escucha van aproximándose, van sucediéndose y gradualmente desaparecen, como cosas que vamos perdiendo de vista en el campo auditivo.
 
Aquí, pienso en la repetición no como el valor compositivo estructural o como el principio generador de forma, sino más bien como uno que trasciende los límites de las piezas de Cardinal. Me parece que el procedimiento repetitivo destaca toda vez que tiende un puente con el tiempo de la experiencia social de la vida en confinamiento que para muchas personas ha implicado situaciones similares de días sucesivos, que vuelven a veces con insistencia desalentadora.
 
Simultaneamente, la repetición también permite avizorar el valor de lo diferente: los dislocamientos, las fracturas de lo discontinuo que sobre todo constituyen el orden del movimiento de la vida en situación ordinaria; movimiento muchas veces divergente de la continuidad, o circularidad, implicada en las repeticiones.     
 
Sí, volcar la escucha en palabras a veces puede ser un ejercicio riesgoso —por arbitrario— de atribuciones subjetivas. No obstante, aun sabiendo que lo que despierta la escucha de cualquier texto musical difícilmente podrá ser traducido al verbo con el apego a, y la (im)precisión de, lo que nos acontece en la experiencia perceptiva del sonido —siempre imbuida por la carga afectiva que la determina— aun siendo así, creo que sería imposible renunciar al orden interpretativo del lenguaje, a las ideas que nos convocan en cada acto de la escucha, a todo eso que se busca y que a veces se encuentra en las palabras.
 
Alejandro Madrid (2009), alguna vez dijo que “la música no es objeto sino una excusa para hacer una gran variedad de preguntas” y esto también me deja la escucha del álbum: preguntas sobre lo que hay detrás del sonido de Cardinal, sobre todo desde la perspectiva del trabajo musical de Juliana Moreno. 
 
Cómo se produce la génesis de un disco en estado de confinamiento. Emprender cinco procesos de creación sonora-musical en colaboración y a la distancia conlleva el gran desafío de escuchar, de escucharse cuando los ordenadores y los softwares se interponen y la imagen acústica que resulta es una perturbadora distorsión tan alejada del sonido que se expresa y se percibe sin mediaciones. Por esto, cuenta Juliana, en algunos casos, el proceso no ocurrió sin sufrir un poco.            
 
Las piezas fueron apareciendo en diferentes momentos. Después de encarnarlas Juliana se internó, a lo largo de dos días enteros de mayo de 2021 en @casafridaestudio, y junto a Hernán Caratozzolo, que trabajó la grabación, la mezcla y masterización, se produjo el registro de las piezas que componen Cardinal, el álbum que fue publicado en julio de este año.   
 
―Cuando llegaron las obras: a estudiar, estudiar, estudiar. Hasta que me sentí segura, como apropiada. Siempre que voy al estudio lo hago después de tocar en vivo. No me gusta que la primera instancia de poder trabajar en un espacio con la pieza sea en un estudio de grabación. Esta vez ha sido la primera experiencia, y no es la que elijo en realidad, pero bueno, no me queda otra opción. A mí me gusta encarnar la obra y es un proceso que dura, cinco, cuatro veces de poder tocarla en vivo hasta poder entender la lógica que me pasa a mí, cómo es mi relación con mi propia energía.
 
Entre risas, Juliana recuerda que eso lo pudo hacer pidiéndoles a Euja y a Lucía, su pareja y su hija, que la escucharan.
 
―Fue como: bueno, sentáte y escuchá. Necesitaba un público para poder hacerlo. Y así llegué a grabar. Llegué en el pico más alto de mi propio estudio. Yo soy militante del ensayo y del estudio, a mí la obra me gusta tenerla deglutida, digerida, vuelta a deglutir y digerir. Necesito apropiarme de la pieza como si la hubiese parido yo. Ahí hay algo con relación al cuerpo porque necesito que la música me pase por el cuerpo. Casi me la tengo que saber de memoria. Obviamente sigo la partitura, la sigo porque no me voy a acordar de todo, pero nada de lo que está escrito me sorprende. Ya sé perfectamente todo lo que va a suceder y hay un registro aprendido de lo que va sucediendo con la energía, con cada lugar de la pieza. Esa es mi manera de encarar un concierto, una grabación.
 
Juliana Moreno en el estudio Casa Frida durante las sesiones de
grabación de Cardinal. Fotografía de Ariel Feldman @arielfeldmanph
 
 
Una biografía musical es un entramado de representaciones, memorias, afectos y para el caso de intérpretes profesionales de coreografías del cuerpo: escrituras del nervio, el músculo y la respiración. La biografía musical de Juliana abreva de diversos territorios del sonido.
 
A los 17 años descubrió el op. 11 Drei Klavierstücke, de Arnold Schönberg. Y estas piezas breves, para piano solo, desbordaron su imaginación. ―Me pegó en el cuerpo ―rememora Juliana― y supe que existía la atonalidad y que yo quería hacer eso.
 
Los años fundantes, los de la primera infancia asiste a talleres musicales que retoman la didáctica de la reconocida pedagoga argentina Judith Akoschky. Tiempo más tarde, cuando comienza la secundaria, también inicia sus primeras lecciones de flauta traversa y a falta de una propia la alquiló durante año y medio, hasta cumplir los 15 cuando Cristina y Pepe, madre y padre, le obsequian su primer instrumento.  
 
Incursionó en la música folclórica argentina con la agrupación El Combo del Santiamén. Obtuvo el grado de maestra de flauta en el Conservatorio Juan José Castro, y en paralelo realizó estudios con Jorge de la Vega. Con Felipe Bojórquez tomó clases de Técnica Alexander que incorpora a su trabajo instrumental, y a su vez se formó en música de cámara en la Escuela interdisciplinaria de Música bajo la dirección de Mónica Cosachov. También se desempeña como instructora en el Programa de Orquestas Infantiles y Juveniles de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
 
Juliana adora todas las formas del rock, sobre todo el que tiene sello postal de la Argentina. Siente gran afinidad por la música punk, especialmente por las bandas de la década de los noventa. En el sonido distorsionado, característico de estas expresiones, encontró un espacio de infinitas posibilidades para imaginar el sonido de su instrumento. Alguna vez quiso experimentar la flauta como si fuese una guitarra eléctrica, filtrando su sonido, modelando su señal. Para este empeño fue determinante la experiencia que tuvo en los talleres del compositor Jorge Sad Levi, con quien llevó a cabo una sociedad creativa que duró muchos años.
             
―Con él empezamos un grupo de músicos que queríamos explorar, investigar sobre las posibilidades sonoras que tenían en sí nuestros instrumentos y a su vez articularlas dentro de un discurso musical, y esta experiencia a mí me abrió completamente la cabeza.
 
En este punto la biografía musical de Juliana comienza de vuelta y señala el camino que va a transitar en adelante: el de la exploración sonora y la improvisación libre, el camino de la especialización en los lenguajes de la música contemporánea y el de su propia concepción de sonido híbrido de la flauta procesada. Este camino desembocará en los diferentes «ecosistemas musicales», ensambles, proyectos y acciones sonoras en los que ha participado y participa actualmente.     
 
―Cuando me pienso, lo hago en función de la comunidad cultural a la que pertenezco. Yo recibí una educación de conservatorio a la cual me revelé a los dos o tres años; me di cuenta que no me interesaba el camino que me proponían en la academia. Entonces, sabía que la música contemporánea era un lenguaje que me representaba tanto desde un lugar de música y de escucha como de intérprete. Y lo que a mí me parece que pasó con los músicos de nuestra generación, que decidimos dedicarnos a esto, fue que nos apropiamos de un lenguaje y nos hicimos cargo. Éramos los actores de algo que tenía que suceder en ese momento y para hacerlo bien teníamos que involucrarnos hasta la médula y eso implicaba ponerse a disposición.   
 
Pensá también que Argentina sufrió una crisis económica y social tremenda en 2001, en la que la economía del país quedó completamente destruida y en donde las subjetividades sufrieron cambios tremendos como la movilidad social hacia la pobreza. No había recursos de ningún tipo y el 2002 fue un año de empezar a entablar redes colaborativas entre gente que armaba mercados comunitarios para poder hacer intercambio de bienes y esto llegó también a la música, y empezamos a hacernos, los músicos, de alguna manera cargo de la gestión y la divulgación de la música contemporánea, académica o como queramos llamarla, de nuestra generación. En ese año formamos MEI, el dúo con Patricia García y ahí yo me di cuenta que nosotras no estábamos solas, que había otros músicos que también estaban en la misma búsqueda, que había otros ensambles que se estaban formando, que estaban teniendo visibilidad, pero bueno, todavía no había Instagram, ni Facebook, todo se daba con unos tiempos un poco más largos en realidad.
 
Entonces, cuando vos me preguntabas qué significados tiene para mí la música contemporánea: es la posibilidad de entablar sociedades creativas todo el tiempo, de un aprendizaje incesante; cada cabeza creativa de cada persona que compone es un universo que hay que abordar. Y también es la posibilidad de sostener la actividad cultural de una sociedad, y la sostenemos los artistas, más allá de los aportes, o no, del Estado. Hay algo ahí que surge como algo transversal, colectivo. Me parece que nosotros, los de mi generación, sostenemos y sostuvimos un montón la música contemporánea Argentina con nuestros cuerpos y nuestra capacidad de gestión, de autogestión; que también fue algo que tuvimos que aprender para poder valorizar lo que hacíamos como un producto que es parte de la industria cultural y, por momentos, de acuerdo a la gestión cultural de cada gobierno, tuvimos más o menos trabajo. Hubo años en los que en Buenos Aires se realizaban cuatro ciclos de música contemporánea y estábamos trabajando constantemente.
 
Juliana Moreno y su flauta contrabajo. 
Fotografías de Mili Chain @milichain
 
―Entonces, Juliana, los de tu generación tuvieron que poner el cuerpo… Esta imagen me lleva hacia la noción que comentabas el otro día, la de sonido encarnado. Cuáles son esos compromisos del cuerpo a la hora de poner en movimiento y de hacer sonar tu instrumento. 
 
―El tema del cuerpo es algo que me interesa especialmente, porque que generalmente los músicos no hablamos del cuerpo. Tenemos otros temas de conversación, son otras temáticas las que generalmente nos convocan, pero del cuerpo específicamente no se habla mucho, no es algo demasiado habitual hablar del cuerpo. Para mí, esto viene de una experiencia educativa que me marcó profundamente cuando, paralelamente a mi formación en el conservatorio, me recomendaron que vaya a una escuela que se llamaba Escuela Interdisciplinaria de Música, que estaba dirigida por una pedagoga y clavecinista bastante famosa que se llama Mónica Cosachov, una investigadora incansable, una genio; y yo fui.
 
Parte de la propuesta de Mónica tenía que ver con trabajar, con entrenar el cuerpo de los músicos desde distintos abordajes. Pero siempre había un entrenamiento que se hacía de forma grupal, casi siempre utilizando consignas que tenían que ver con movimiento y con percepciones del cuerpo que venían del taichi chuan, de la danza, del teatro, del teatro antropológico. Ella estaba muy influenciada por toda la escuela de Eugenio Barba. Entonces, ese trabajo tan intenso sobre el cuerpo me dio una estructura y nunca más me pude pensar como una cabeza que suena, sino, como todo un cuerpo que suena. Aparte, me otorgó herramientas de entrenamiento muy potentes a la hora de subirme a un escenario.
 
―Sobre todo con los dispositivos de reproducción de audio digital, diera la impresión de que a veces perdemos de vista que la música forma parte de las llamadas artes escénicas y como tal, hay una serie de implicaciones que le atañen con relación a las cuestiones de la representación en el lugar o en el espacio escénico.
 
―Nosotros hacemos un montón de destrezas con el cuerpo. Desde la respiración hasta el sostén del instrumento, hacemos música de cámara, tenemos que tocar con otros, nos tenemos que subir a un escenario. Sí, digamos que son todos entrenamientos que tienen que ver con lo dramático, con la escena y esto parece estar escindido de los contenidos que se imparten en la academia, por lo menos esa fue mi experiencia, pero ahora esto va cambiando. En ese entonces yo me encontraba con relatos y situaciones de compañeros que tenían pánico escénico a la hora de tocar. Era muy traumático el hecho de subirse al escenario; o con gente que tenía una gestualidad muy escindida de lo instrumental.
 
En la Escuela Interdisciplinaria de Música, justamente lo que trabajábamos era que el cuerpo tuviese una gestualidad de pregnancia con el gesto musical. Y a su vez, que fuera como un código común con el otro músico con el que ibas a tocar. Y esto tiene que ver más con una cuestión de empatía: como si bailaras. ¿Por qué dos bailarines de tango, por ejemplo, se juntan y pueden bailar y dos músicos es como si tuvieran que estar solamente contando? son accesos diferentes a un hecho en común. Cuando con Patricia comenzamos el dúo, MEI, creo que en el primer o segundo ensayo nos dijimos: “che, ¿vos trabajaste con Mónica?” y sí, ella también había trabajado. Vi que su cuerpo me estaba invitando a algo que yo ya conocía. Fue increíble.
 
Otra cosa muy recurrente en la gente que hace todo el tiempo lo mismo, no solamente músicos, son las lesiones. El cuerpo, después de mucho tiempo se lesiona si uno está ocho horas sosteniendo un instrumento. Al cuerpo realmente hay que cuidarlo y hay que entrenarlo. Me parece que también hay una especie de sacralización del músico cuando se lo piensa como una especie de espíritu que suena. Y ¡no! El músico también puede ser un atleta de alto rendimiento y tiene que tener todos sus recursos físicos entrenados para poder ser lo más eficiente a la hora de subirse a un escenario para tocar bien. Porque en el momento de la escena hay que rendir, y vas a rendir mucho mejor cuando mejor trabajado tengas tu cuerpo.
 
Y finalmente, algo que por lo general encuentro conectado a esto que te decía del pánico escénico, es que muchas veces pareciera que al músico se lo cercena o no se trabajara el hecho de disfrutar cuando uno se sube a un escenario a tocar. Hay algo ahí que tampoco se trabaja: el hecho de sentir placer arriba de un escenario. Todo se vuelve como una especie de exigencia y se ve un cuerpo puesto en un lugar y no entrenado para eso. Por ejemplo, en los músicos que a mí me gustaban y que escuchaba cuando era muy joven, yo veía que un grupo de rock se subía a un escenario y tenían una comunicación corporal ya desde la disposición, cómo se ubican, cómo están, que dice: vamos a tocar juntos. En cambio, en la música de cámara a veces todo es muy rígido, muy acartonado. Recién ahora vi el resurgimiento de los ensambles de música barroca y música antigua que tocan parados, tocan sin director. Por qué, porque hay alguien que se está moviendo y entran en una empatía corporal. Hace quince años atrás que empezaron a haber muchos grupos de cámara que tienen una actitud más rockera, entre comillas. Y ahora esto se está dando con gente más joven que involucra al cuerpo desde otro lugar y creo que lo hacen dejándose invadir por esta cosa que tiene la llamada música popular: dejando la relación tan dependiente con el atril, y con la silla para poder soltar un poco el cuerpo. A mí eso me llama la atención. Es justo eso: ponen el cuerpo de otra manera. Ir al Colón y ver a un grupo de cámara tocando de pie; una dice ¡qué lindo! Se paran, se miran, bailan cuando tocan. Es otro paradigma e igualmente me parece que la enseñanza está cambiando mucho y esto es algo que se viene planteando en muchos conservatorios.
 
Para mí esto es algo que lo pude trabajar desde muy joven y me marcó para siempre, eso: la importancia del cuerpo. Pero, me da la impresión que más que una búsqueda que tenga que ver con la producción sonora, muchas veces se llega ahí por una cuestión de necesidad, porque hay algo que no funciona, hay algo que se lastima, que se rompe, canales que se cortan. Pero si afrontáramos la enseñanza de un instrumento teniendo la premisa de entrenar el cuerpo, seguramente evitaremos, por lo menos, un montón de lesiones y un montón de miedos también.  
 
―En algunos registros audiovisuales que están en youtube, de piezas que has interpretado, algunas junto a Patricia García, se puede percibir una corporalidad constitutiva del espacio-tiempo sonoro. Por ejemplo, en la propuesta de Luciano Azzigotti, Vilanos, en la que el cuerpo actúa más como una presencia escénica de energía contenida, con una gestualidad muy acotada. Pero también hay otras experiencias como La vuelta hacia arriba del aire de la mañana de Jorge Sad Levi, o Entrópica de Marcos Franciosi en las que el cuerpo representa otras calidades de energía más dinámicas, más fluctuantes. ¿Realmente hay una afectación del gesto corpóreo hacia el sonido?
 
―Yo creo que totalmente la hay porque el instrumento es un objeto completamente inerte, y el objeto va a reaccionar a lo que haga el cuerpo. ¿Quién produce el sonido? El cuerpo. El instrumento suena lo que hace sonar el cuerpo. Entonces, de acuerdo a cómo está el cuerpo va a haber claramente una afectación en el cuerpo del instrumento. Si yo estoy dura, va a sonar duro. Si estoy completamente blanda, va a sonar blando. Si estoy pesada, va a sonar pesado. Si estoy súper liviana y yo siento la liviandad como la podría sentir un bailarín que quiere dar un salto, va a sonar eso.
 
―Cómo podrías explicarle a los no especialistas esta noción de encarnar el sonido, que es algo que mencionabas la vez pasada con relación a la memoria del texto sonoro-musical.
 
―Para mí, para que una obra esté madura para tocarla en un escenario, para poder comunicar la idea más fiel que tuvo la persona que compuso esa obra, el trabajo de entrenamiento es fundamental. Es un compromiso que lo asumo desde el momento que acepto tocar esa pieza. Y es eso: entrenarla y pasarla por el cuerpo y que no haya nada que me sorprenda en el momento del vivo: el cuerpo ya sabe a dónde tiene que ir porque ya pasé por esa experiencia, lo hice, lo hice, lo hice y el momento del vivo es volver a ponerlo en sonido una vez más. Pero el cuerpo va hacia ese lugar, el cuerpo encarna todo el recorrido de la obra y hay como una especie de dosificación de la energía: dónde van a estar los puntos de mayor concentración energética, los puntos donde se pueda aflojar un poco, los puntos que necesitan mayor atención. Todo eso, si no pasa por el cuerpo, me parece que a mí me deja muy intranquila. Hay gente, igual, que no le gusta tanto estudiar y prefiere esa adrenalina de no saber tanto arriba del escenario. Yo soy completamente al revés.
 

Entrópica, para dos flautas de Marcos Franciosi.

 
―Te escucho y pienso que el texto musical va mucho más allá del papel y de la idea, y entonces podríamos hablar de una partitura del cuerpo en cada trabajo. Es decir, una partitura que suponga lugares en los que, como dices, se concentra o disipa la energía.
 
―Es hermoso pensar en eso. Porque me parece que los compositores, a veces no sé si piensan en el cuerpo. Yo sé que muchos sí. Por ejemplo, vos que nombraste Entrópica, de Marcos Franciosi, que es el dúo de flautas. Marcos compuso para nuestros cuerpos y eso lo dijo; él lo dice. De hecho, también eso es algo que él vio que sucedía entre nosotras. Y lo que sucede en esa obra es la entropía que se genera entre dos sonidos que van a estructurando el discurso narrativo sonoro de la obra. Y los sonidos se friccionan porque los cuerpos empiezan a entrar también en fricción. Esa espiral, que comenzó en un lugar y creó todo un universo se hace cada vez más entrópica hasta que llega un momento en el que todo termina. Pero eso sin los cuerpos que entran en esa fricción no podía suceder. Yo creo que esa es la pieza que más toqué en mi vida. No creo que haya habido una pieza que haya tocado tantas veces arriba de un escenario.
 
―Entonces hay una coreografía bastante asentada sobre esta pieza.
 
―Sí. Hay una coreografía y tiene que haber una entrega del cuerpo total para que suceda. El cuerpo tiene que estar completamente dispuesto a pasar por esa experiencia, porque pasa de todo: se acelera el ritmo cardiaco, entrás en una especie de éxtasis, de rueda que es imparable. No se puede parar. Una retroalimentación enloquecida.
 
―Ahora que mencionas esto, que es algo así como una especie de pérdida de la consciencia o de inmersión a otro estado, distinto del que reclama lo cotidiano, pensaba en Bruno Gelber, el reconocido pianista argentino, que hacía énfasis en el estar presente a la hora de interpretar. Gelber decía que había trabajado esto por medio del yoga. Supongo que ese estar presente implica olvidar lo que se ha memorizado, lo que se ha estudiado con mucha insistencia para que así, paradójicamente, se logré incrustar en la memoria. Qué pasa contigo, Juliana, qué pasa por tu cabeza a la hora de la performance. Previamente, sobre las partituras, trabajas con imágenes visuales, verbales, que se restituyen en la ejecución en el vivo o es sólo una memoria física.
 
―Hay una memoria física, sí. Pero más que imágenes concretas yo conecto con algunos lugares del espacio en los que quiero que resuenen las cosas. Y también conecto con estados del cuerpo. Hay una sensación en los pies, en las piernas; a veces se vuelve más hacia toda la parte alta o baja del cuerpo. Es como los niveles de una burbuja que va subiendo y bajando, es como si la energía se fuera desplazando así. Para mí eso es muy importante trabajar espacialmente hacia donde yo quiero proyectar el sonido. Eso me importa muchísimo y me importa mucho también la gente. Hay algo con la energía de la gente que me involucra de otra manera. A veces elijo alguien y digo, bueno este sonido va a ir para allá, ahora este sonido quiero que una este punto con el otro, y eso me hace trabajar de otra manera. No estar tan pendiente de la fidelidad al texto, sino de estar trabajando con el sonido, como si estuviese amasando en el escenario. Cómo extraño todo eso, Pablo, me estás haciendo recordar lo lindo que es ese momento.
 
―Así como lo cuentas, pensar la interpretación en esos términos, es fantástico; pensar la conducción de la energía y cómo el cuerpo va concentrando la fuerza, su potencia en diferentes zonas, lo cual conlleva a plantear estados físicos, estados del cuerpo en la sensación.
 
―El sonido pareciera una fracción, pero es una frecuencia, es una onda que se desplaza en el espacio. Uno puede tomar decisiones, uno puede modelar ese sonido, puede decidir hacia donde lo quiere proyectar y si yo apunto un sonido hacia arriba va a ir hacia arriba, y eso más allá de lo que sucede acústicamente, en la percepción va a ir hacia arriba. Al sonido uno puede darle dirección y diferente masa, en el sentido de la materia, y lo puede ir moldeando. 
 
Gráfica de Tobías Beltrán @tobias.beltran
 
 
―Se me iba pasando, Juliana, finalmente: ¿cómo se produjo el diseño de la cubierta del disco Cardinal, que tengo entendido la propuso Tobías Beltrán?
 
―A mí lo que me gustó de su perfil es que es músico y dibujante y lo que me encanta es como él trabaja sobre la gestualidad del dibujo, y después eso lo digitaliza. Pero la gestualidad es tracción a sangre. Entonces me interesaba ese abordaje que Tobías le podía dar. Y, de hecho, cuando él me contó cómo había dibujado, en realidad me mandó un montón de bocetos y me dijo: puse el disco y mientras iba escuchando, iba dibujando; y cada uno de los dibujos era hermoso y a su vez tenían mucha relación con el primero de todos que es la tapa del disco, y a él mismo se le ocurrió que cada una de las piezas tenga su propia gráfica. Eso se puede ver sólo en la plataforma de Bandcamp o en mi Instagram. Ahí lo puedes ver como un corpus, como algo que tiene un sentido conceptual. Y algo que me pasó también con el arte tapa de Tobías, es que, de alguna manera, desde la imagen se le dio un marco conceptual a todo el trabajo porque como son todas las obras tan diferentes, me costó armar, desde la elección de las obras, algo que tuviese un sentido de continuidad. Vos caracterizabas al disco, o ciertas piezas relacionadas con algo de la repetición, algo que vos lo relacionabas con el signo de los tiempos. A mí me cuesta escuchar esa continuidad, pero me parece que es porque estoy muy metida en la cocina. Pero el arte tapa fue lo que le dio la imagen conceptual y el sentido unitario a todo el trabajo.
 
Después de estos encuentros con Juliana, después de conocer su trabajo y de escucharla me quedo pensando en que para la música el cuerpo tiene un sentido cardinal porque denota un comienzo para el sonido, porque deviene en fundamento para su generación, y porque señala una dirección por la cual orientar una praxis musical encarnada. Entonces, ¿la música se puede pensar como un arte del cuerpo? Seguro que valdrá la pena seguir indagando sobre las implicaciones de esta cuestión.    

** Este texto fue realizado a partir de la escucha del disco Cardinal y de dos entrevistas a Juliana Moreno, por video-llamada, los días 9 y 27 de agosto de 2021. Agradezco a Virginia Mantinian quien me puso al tanto del proyecto y me contacto con Juliana.

[1] Juliana Moreno también forma parte de dos experiencias musicales importantes: MEI- música para flautas nació en 2002 y su ciclo de actividad se extendió hasta 2020. MEI se concibe como un proyecto en el que Juliana junto con Patricia García, emprenden labores de recopilación, de exploración, estreno y difusión de repertorio contemporáneo para flautas producido por creadores de Argentina y del continente latinoamericano. En esta liga se puede escuchar un poco del trabajo del dúo: https://open.spotify.com/artist/76mhFZ91SFEcyenVWlF2EY?si=sHiixWy9RA+SZ-giAc4wAqQ&nd=1

Por otra parte, Juliana, junto con Juan Cerono y Ezequiel Menalled, dan vida sonora a la Orquesta del destino, una propuesta musical que puede ser pensada como “una zona de frontera entre la música contemporánea y la canción”. El trabajo del trío consiste en realizar intervenciones musicales sobre textos que fueron generados en contextos de encierro a partir del taller de poesía Yo no fui dictado por una asociación feminista en la unidad penitenciaria de mujeres n.º 31, de Ezeiza en Buenos Aires. Aquí se puede escuchar la propuesta del trio: https://open.spotify.com/album/6nKBtKL4s6sDNCQwKNOzro

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